HISTORIA DEL COLEGIO
Los invitamos a repasar la rica historia del Marista San José. Encontrarán mucha gratitud, trabajo, esfuerzo, constancia. Todo para mayor gloria de Dios y de las familias mendocinas.
Historia del Colegio
El iniciador de la obra Marista en Mendoza, fue el Pbro. José Verdaguer, más tarde Obispo, de la pujante provincia de los viñedos. Ex-alumno Marista del Colegio de Gerona (España), deseaba para su extensa parroquia, un colegio dirigido por maestros similares a los que había tenido en la Madre Patria.
Siendo Párroco de la Iglesia de la Matriz de Mendoza, en 1913 viajó a España, donde tuvo la satisfacción, en Gerona, de abrazar a su antiguo Director, el Hno. Hilario, uno de los tres fundadores de la obra marista en España. Desde allá se trasladó a Grugliasco, sede entonces de la Casa Generalicia de la Congregación, con el fin de obtener de los Superiores los deseados Hermanos para fundar un colegio en la Capital de Cuyo, regresando encantado de la cordialidad de los mismos. El Hno. Constacien, que ejercía por aquellos años la función de Visitador del Distrito, estudió el proyecto y realizó las gestiones para que la fundación pudiera llevarse a cabo.
En 1917 envió al Hno. Agricio para que ultimara los detalles; llegó el 11 de enero de 1917, alojándose en la Casa Parroquial hasta el 18 de febrero. Alquiló por $300.- (trescientos) mensuales, un local ubicado en la calle céntrica Nueve de Julio, exactamente en el número 1212. Las crónicas dicen que en un "lujoso local" de la calle Nueve de Julio abría sus puertas el Colegio San José, iniciando su labor el 5 de marzo. Previamente, el 26 de febrero, habían llegado para secundar al Distrito, los Hnos. Enrique María, Giustino, Ángelo y Bercario. La inscripción se inició con 30 alumnos, que a fines de mes se habían duplicado ya.
Lo de "lujoso" tendremos ocasión de discutirlo, de acuerdo a los datos precisos que nos diera el Hno. Veremundo, cuyos apuntes póstumos utilizaremos en esta reseña, juntamente con la valiosa crónica que nos envió el Hno. Teófano, veterano de la obra del Colegio San José de Mendoza.
Pocos días después de iniciarse las clases, Monseñor José Antonio Orzali, Obispo de las tres provincias de Cuyo y que tenía sede en la ciudad de San Juan, se hacía presente para bendecir la nueva obra e instalar en ella una modesta capillita.
Animó con paternidad a los Hermanos y dirigió la palabra al público presente, exhortando a apoyar la labor de los nuevos maestros religiosos y encomendarles a sus hijos. Poco después y en ocasión de celebrarse el centenario de la Fundación del Instituto Marista, el celoso Pastor volvió a visitarlos y a convivir a su lado la gloriosa jornada centenaria.
Los Hermanos tuvieron éxito pleno en su labor educativa, pues en los primeros exámenes presentados, los alumnos salieron airosos. Ello contribuyó a que el prestigio del Colegio se afianzara, de suerte que al año de apertura la cantidad de alumnos se había duplicado. En junio de 1919, creado ya el Bachillerato, el Colegio se incorporó al Nacional Oficial, Presidente Irigoyen.
Ya en 1920, por insuficiencia del local, hubo que optar entre rechazar la inscripción de algunos alumnos o cambiar de residencia. El año anterior, por decreto, se incorporó el Primer Año, que contaba con once alumnos, al Colegio Nacional.
En 1920 se decidió buscar un nuevo local. Se lo consiguió en la calle Patricias Mendocinas, a media cuadra de la Basílica Nacional de Nuestra Señora del Carmen de Cuyo, Patrona del Ejército de los Andes, donde se guarda el Bastón de Mando que el General San Martín ofrendó a la Virgen Generala. El predio se alquiló por $300.- mensuales a la señora de Varas.
El Hno. Veremundo dice que la casa era buena, no "lujosa", pero muy pequeña para que funcionara un Colegio en ella con el desarrollo que ya tenía, con sus más de 150 alumnos internos. Desde el principio algunos alumnos eran medio pupilos, quedándose a almorzar en el Colegio. Durante las vacaciones de esos primeros años, se daban lecciones particulares y se hacía el retiro en la Casa de Ejercicios de la Compañía de Jesús.
En 1921 el Hno. Agricio hubo de operarse en Buenos Aires. Durante su ausencia se hizo cargo del Colegio el Hno. Veremundo; de inmediato se dio cuenta que el nuevo local, cuyo alquiler había subido a $600.-, era insuficiente ya que los alumnos no dejaban de aumentar, habiendo llegado a ser 180, repartidos así: 143 de Enseñanza Primaria y 37 de Secundaria. El alquiler aumentado y los gastos insumidos en arreglos, absorbían todas las entradas. Por otra parte, los Hermanos cobraban sus entradas en "letras de tesorería", moneda devaluada que la provincia de Mendoza había emitido.
Las familias apreciaban la labor de los Hermanos. Tan sólo tenían éstos un enemigo oficial: las autoridades escolares, que trataban con exigencias injustas en los exámenes finales de 6º grado, aplazando a casi todos los alumnos. El motivo real era el resentimiento de la Escuela Oficial, por cuanto el prestigio de los Hermanos les arrebataba los mejores alumnos de las familias mendocinas.
En 1921 se restableció el Hno. Agricio y volvió a hacerse cargo del Colegio en los primeros días de enero de 1922. Sólo fue un año, pues en 1923 volvió el Hno. Veremundo a asumir la Dirección del mismo.
Al reiniciarse el nuevo curso, otra vez se hizo sentir la acción sectaria de la Escuela Oficial de la que dependía el establecimiento. Fue enviado un Inspector para controlar las clases, siendo evidente desde el comienzo su disposición nada amistosa. Hizo sufrir con sus exigencias arbitrarias a Hermanos y alumnos, pero no pudo constatar nada anormal; así en el informe que dejó de su visita, hubo de consignar que "en cuanto a disciplina del Colegio, no es la que uno esperaba: fría, amarga, severa, rígida y conventual. Los alumnos conviven con toda confianza con sus maestros".
No satisfacía empero el local por su escasa capacidad, pero por los escasos recursos con que se contaba ¿cómo pensar en conseguir otro mejor? Con todo, un buen día de ensueños apareció un cartel de remate en un terreno ubicado sobre la Avda. San Martín 861, de 45 metros de frente por de fondo. Tenía una gran casona de 100 metros cuadrados de edificación y un hermoso parral. El edificio era magnífico y con escasas modificaciones, respondería a su objeto.
Terreno y casa estaban totalmente abandonados. Habían pertenecido al Dr. Manuel Bermejo, hermano del presidente de la Suprema Corte de la Nación, y a su esposa Doña Ana Molina, ambos fallecidos. Los Hermanos se ilusionaron con la heredad. En rigor, no todos. Varios Hermanos respetables de la Comunidad alegaban que estaba muy lejos del centro de la población. Hay que pensar en la Mendoza de entonces.
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